domingo, 6 de noviembre de 2011

"La leyenda de Borrasca", por Benny Souchiate

En mi escuela, hay una leyenda acerca de un árbol que está en el patio de juegos. Se dice que de una de sus ramas colgaron a un rufián que hace más de 100 años robaba y atemorizaba a la gente de Loma Príncipe. Este bandido vivía en una de las muchas montañas de la Cordillera Providencial y era el jefe de una banda llamada “la marabunta vil”. El nombre de este criminal era Verdigum Bruneck y decían que era muy cruel y despiadado.
Desde hace 100 años, toda la gente ha creído esa historia, pero la verdad es que Verdigum Bruneck no fue colgado de ese árbol… Bueno, sí lo colgaron, pero antes de que estirara la pata, alguien lo rescató.
Lo atraparon durante un asalto a un tren que iba de Joybilo a Loma Príncipe. Alguien había regado el chisme de que en uno de los vagones del tren habría una cantidad de oro tan grande que quien la tuviera no tendría que preocuparse nunca más por trabajar porque se haría millonario. Verdigum no pudo controlar la tentación y junto a su “marabunta vil” tendió una trampa sobre las vías y obligó al tren a detenerse. Cuando abrió la puerta del vagón donde se supone que estaba el dinero, se encontró con el alcalde de Loma Príncipe y sus guardias. Sus secuaces lo abandonaron y él fue apresado y condenado a la horca. 
Todo el pueblo de Loma Príncipe se juntó en el lugar donde iban a ahorcarlo. A una gran parte de la gente le había robado, así que no quisieron desaprovechar la oportunidad para gritarle cosas y aventarle verduras  y frutas podridas mientras era llevado al árbol del que ya les hablé y que, en ese entonces no estaba en el patio de mi escuela… bueno, más bien el patio de mi escuela todavía no estaba ahí.
Aunque sabía que en poco tiempo estaría dos metros sobre tierra y luego dos bajo tierra, Verdigum no se mostraba asustado, ni arrepentido. Es más, su misterioso rostro asustó a algunos  de los que fueron a ver cómo lo ahorcaban.
El alcalde de Loma Príncipe le echó la soga al cuello y después dio la indicación a sus guardias de que jalaran el otro lado de la soga que estaba colgada sobre la rama. El cuerpo de Verdigum empezó a elevarse y a estrujarse como una lombriz recién desenterrada. Justo en ese momento, se escuchó un trueno muy fuerte.
El alcalde, sus guardias, la gente reunida en el árbol y, hasta Verdigum que casi no podía respirar, pudieron ver que de una de las montañas venía bajando a toda prisa un caballo negro. Cuando apareció, el cielo empezó a nublarse y el día, que hasta entonces había estado muy bonito y muy soleado, de pronto se oscureció de una manera muy tenebrosa. “Es Borrasca”, decía la gente con miedo y también con asombro. Muchos salieron corriendo como balas porque le temían al caballo; se decía que Borrasca era uno de los dioses que reinaban sobre el territorio la Cordillera Providencial antes de que fuera habitada y ahora quería vengarse de los intrusos.  En pocos segundos, el caballo ya había llegado al lugar y se abría paso entre los que seguían ahí porque estaban paralizados de miedo.
Los guardias que sostenían Verdigum soltaron la soga y también salieron corriendo muy asustados. Entonces, el criminal cayó sobre el lomo del caballo y luego se desmayó.  El alcalde fue testigo de cómo Borrasca se alejaba a toda velocidad con Verdigum Bruneck montado sobre él. Después empezó a llover muy fuerte, tanto que muchos lugares de Loma Príncipe se inundaron.                
Cuando Verdigum Bruneck despertó, se encontró con que sus manos ya estaban desatadas. Borrasca estaba frente a él. “¿Me salvaste?”, le preguntó. “Perdiste tu tiempo, caballo. Debiste salvar a alguien que valiera la pena”.  El criminal le dio la espalda a Borrasca, dispuesto a buscar a sus secuaces para vengarse de ellos por haberlo abandonado. Pero en eso, unos gritos a lo lejos llamaron su atención.
En medio del río, que había crecido demasiado por la lluvia,  había dos niños que se quedaron atrapados sobre el tronco de un árbol; eran ellos quienes gritaban pidiendo auxilio.  Verdigum Bruneck montó a Borrasca y los dos atravesaron el río hasta donde estaban los niños y lograron ponerlos a salvo. Verdigum descubrió por qué Borrasca lo había salvado: era su destino rescatar a esos niños de ser arrastrados por la corriente. En ese momento decidió dejar el crimen y se dedicó a hacer el bien.
Se dice que Borrasca acompañó a Verdigum hasta el día en que el ex criminal murió; y desde entonces hasta ahora,  se dedica a vagar por las montañas de la Cordillera Providencial para ayudar a quien lo necesite.

Este texto aparece en el capítulo 12 del libro "Benny Souchiate".
©Jorge Alberto Silva

No hay comentarios:

Publicar un comentario